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HISTORIADORA DE RITOS Y COSTUMBRES DE LATINOAMÉRICA

27.3.14

AMOR DE CUENTO O AMOR DESTRUCTIVO.

LA MUJER DOMINANTE Y EL REY PELELE.

La vida íntima de Wallis Simpson y las debilidades del heredero de la corona británica,En la crónica rosa del siglo XX todavía sigue conmoviendo la historia de un rey, Eduardo VIII, que renunció a su trono por amor a una mujer divorciada, Wallis Simpson, con la que las convenciones sociales le impedían casarse. Pero la verdadera historia poco tiene que ver con la edulcorada leyenda.



MUJER SÁDICA Y EGOCÉNTRICA.

Algunos biógrafos  pretende descubrir a una Wallis enamorada y sensible, aunque superficial, tres adjetivos que podrían añadirse a una larga lista que surgen cuando se busca su nombre en internet: ramera, sádica, egocéntrica, voluble, anoréxica, fiel solo a sus intereses, frustrada por su matrimonio real y, para el más perturbador de sus biógrafos, un hombre, genéticamente hablando.seguía enamorada de Mr. Simpson cuando se casó con Eduardo (junio de 1937); y dos, incluso antes de pasar por el altar, ya era consciente de que había cometido un terrible error y que no iba a ser feliz junto al duque de Windsor.




Es posible que Eduardo no conociera los sentimientos de su esposa, aunque resulta poco probable. El hecho de que siguieran juntos durante décadas tampoco es una prueba de que fuera así. La personalidad masoquista del duque, fruto del desprecio que su padre, el rey Jorge V, sentía hacía él, hizo que su relación con Wallis –y en menor medida con el resto de las mujeres y hombres, según numerosos testimonios de la época, con los que compartió lecho– se fundamentara en una dependencia patológica, mucho más que en la afinidad de caracteres o en la pasión carnal. 

En palabras de Winston Churchill, gran amigo del duque, su relación era «psíquica más que sexual, y sensual solo ocasionalmente». Él era capaz de soportarlo todo con tal de seguir a su lado, como pudo comprobar uno de los sirvientes del palacio de Buckingham cuando vio al soberano en decúbito prono pintando las uñas de los pies a su pareja.
No, no había nada más allá de Eduardo. Él significaba dignidad, seguridad y fortuna. De modo que ambos afrontaron su situación: a Eduardo le bastaba con tenerla junto a él y responder a sus demandas sin pedirle nada; ella se conformaba con ser una Windsor y lucir espléndida en las fiestas. Poco más tenían en común. De hecho, según Georges, el fiel mayordomo de la pareja durante décadas, compartían lecho pero nunca había sexo en él.

El príncipe de Gales, el heredero de la corona de Inglaterra y del Imperio británico, nunca superó el nivel intelectual de los catorce años. Sus amantes le llamaban Peter Pan y «el hombrecillo». Mientras fue príncipe, sus únicas ocupaciones eran viajar de un país a otro e ir de fiesta en fiesta. En las revistas populares su imagen resultaba tan habitual como la de cualquier estrella de cine.



Wallis Simpson era una mujer ambiciosa y voluntariosa, y quizá no enteramente una mujer: parece que había nacido genéticamente varón, aunque con apariencia femenina aunque ciertas operaciones no bien explicadas y la incapacidad de tener hijos apuntan en esa dirección.
Tras un primer matrimonio poco afortunado, residió algún tiempo en China, primero en Shanghai y luego en Pekín. La leyenda sobre sus especiales habilidades sexuales que la harían irresistible viene de aquella época. En los años veinte, Shanghai tenía más prostitutas que ninguna otra ciudad del mundo, «con una jerarquía bien definida que figuraba en las guías». «En lo alto de la jerarquía estaban los cantantes de ópera varones, que eran los más caros; después venían las cortesanas de primera clase, seguidas de las cortesanas corrientes, las prostitutas de las casas de té, las prostitutas callejeras, las que estaban en los fumaderos de opio, las de las casas de manicura que ofrecían sexo de pie y las prostitutas de los muelles, a veces llamadas "hermanas del agua salada", que trabajaban con marineros y estaban en el peldaño más bajo de la escala».
 Thelma era la amante oficial del príncipe de Gales y cumplía dos de los requisitos que más le gustaban a él: estaba casada y era americana. Se prestaba también a retorcidos juegos con ositos de peluche, en los que se llamaban el uno al otro papá y mamá. Lo más extraño, quizá, es que la mamá era él. Años después, Thelma describiría al duque como un pésimo amante y mal dotado. No era este su único problema. El futuro rey era frívolo y caprichoso, aficionado a los clubes y demasiado preocupado por su propia imagen. Comía una sola vez al día y hay quien dice que era femenino, o directamente homosexual. 



Wallis era amiga de la entonces amante del príncipe y, junto a su marido, comenzó a ser invitada a su residencia para amenizar las veladas. No tardó en hacerse dueña de la situación. La amante oficial tuvo que ausentarse unos días y cuando volvió no tardó en darse cuenta de que sobraba. El príncipe de Gales encontró en Wallis la mujer que necesitaba: le peinaba, le reñía a menudo, se burlaba de él en público y en privado, mientras seguía oficialmente casada -y quizá enamorada- de su marido. «El hombrecillo», como le llamaba, no era más que un buen negocio, el mejor con el que se había encontrado nunca: en cuanto la veía enfadada, le regalaba una suntuosa joya, especialmente diseñada para ella por Cartier o por algún otro afamado joyero.
Más adelante, cuando ella ya era su amante, no sería nada extraño que Wallis le regañara y le despreciara en público, o que le obligara a quitarle los zapatos sucios. 
Sir Dudley Forwood, ayuda de cámara del duque de Windsor, describió así la relación: "Las técnicas que Wallis descubrió en China no superaron por completo la extrema falta de virilidad del príncipe. No está claro que él y Wallis mantuvieran un intercambio sexual en el sentido habitual de la expresión. Pero sí que logró aliviarle. Además, a petición de él, se enzarzaron 




en unos sofisticados juegos eróticos. Entre ellos se incluían escenas de niñera y bebé en las que él llevaba pañales". La dependencia y la sumisión que Wallis Simpson despertó en el rey de Inglaterra le jugó una mala pasada. Ella habría sido feliz toda la vida siendo la amante del rey, coleccionando joyas y conservando a su marido, con el que nunca rompió del todo. Pero el rey se obsesionó con convertirla en reina, aunque para ello hubiera que forzar las leyes del divorcio. 
Wallis, hasta el último momento, intentó que él no abdicara. Hubiera preferido seguir ejerciendo el poder en la sombra. La tensión, sin embargo, fue en aumento. Con la familia real y el gobierno en contra del matrimonio, Eduardo VIII abdicó menos de un año después de haber subido al trono. La pareja, a partir de ese momento, inició una nueva vida, en el exilio y marcada por una preocupación constante: el dinero. 

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