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HISTORIADORA DE RITOS Y COSTUMBRES DE LATINOAMÉRICA

18.12.13

LA OTRA CARA DE LA NAVIDAD.

LA CARA QUE NO QUEREMOS VER DE LA NAVIDAD.

Todos sabemos qué día se celebra Navidad, es una fecha por todos más que conocida y celebrada, es el día en que se comparte en familia, hacemos cenas especiales, compramos juguetes y otros regalos para los niños, abuelos, mamás y papás, felicitaciones a los amigos,ropa especial,en fin todo felicidad,alegorías y encanto especial;en algunos países esperan los niños ansiosos la llegada de Papá Noel,o Santa Claus,Viejito Pascuero etc.


Pero existe la otra cara de la Navidad,la que no queremos ver para que no empañe nuestra felicidad de las fiestas de fin de año,pero no podemos como seres humanos ignorar que en estas fechas para mucha gente no hay Navidad o solo quisieran pasara rápidamente.
Tristeza de Navidad... ¿Qué contradictorio, no?, si la navidad es época de felicidad , de encuentro, de gozo, de paz, de solidaridad, de amor......


Pero lamentablemente para mucha gente es así, es tristeza de navidad.

Porque tal vez están solos en sus casas, en una cama de hospital, en un asilo de ancianos,o la pérdida de un ser querido,abandonados sin comida, o simplemente solos sin familia......o acompañados pero con soledad en el alma,estando y no estando en esas festividades..
Tal vez para ellos el 24 sea una noche más... noche de acostarse temprano... mirando por la ventana la felicidad de los demás, noche de más bullicio, noche de bocinas de autos que ríen sin cesar... noches que además tienen ese vacío en algún lugar del alma.

METÁFORA NAVIDEÑA LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS.

La Niña de los Fósforos es una metáfora sobre el apego de la fantasía ante el dolor, algo parecido a un aliciente equivalente a cualquier enganche material o espiritual que tendemos a utilizar en momentos difíciles de nuestra existencia, en el cuento al final pinta a la muerte como una victoria sobre lo demás. Historias como esta nos obliga a reflexionar sobre la otra cara de la navidad, para unos ostentosa, para otros miserable. 


EL AUTOR
Hans Christian Andersen nació el 2 de abril de 1805 en Odense, Dinamarca. Su familia era tan pobre que en ocasiones tuvo que dormir bajo un puente y mendigar. Era hijo de un zapatero, instruido pero enfermizo, y de una lavandera de religión protestante. Andersen dedicó a su madre el cuento “La pequeña cerillera”, por su extrema pobreza, así como “No sirve para nada”, en razón del alcoholismo que padecía el padre. 


CUENTO "LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS" DE HANS CHRISTIAN ANDERSON.

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.


La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña. 
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!


Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría. 


Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante. 

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien. 
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.

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